Rostros y Gentes

Thursday, April 27, 2006

Matriarcado Velez en Manrique, Medellin, Antioquia







... en la tarde cuando el viento meneaba los guaduales allá en la quebrada, mi abuelo  miraba desde el corredor con sus manos sobre las chambranas como abajo las gallinas, los piscos y los patos buscaban maíces que se escondían entre las piedras del lado empedrado de la casa de Bélgica junto a la esquina donde acostumbraban a hacer el pesebre en navidad...  Jesús Zapata las había alimentado  y ahora se dirigía a la casa de abajo donde quedaba el trapiche. Todas las tardes a eso de las 5 de la tarde, en su rutina de labores traía en sus manos varios gajos de plátanos maduros que él había recogido del piso de la cocina de la casa de arriba donde los colocaban las cocineras cuando se los traían del platanal... los ponía el negro Zapata paraditos en la parte de afuera del horno, el que se usaba para secar el café que reposaba en el segundo piso de la casa de abajo, y cuando estaban listos los llevaba y repartía a todos los miembros de la familia de a un plátano para cada uno.


Don Carlos dirigió luego su mirar hacia la distancia donde sus hijas Teresa y Gabriela, Elena y Matilde, con sus cabelleras sueltas al viento color caoba y miel, sentadas gracilmente sobre la verde hierba con sus largos, blancos y adornados vestidos hechos por ellas mismas, se dedicaban a bordar y a tejer; mientras que Elisa les leía a todas una novela que Elena había comprado en Belén de Umbría. Lucia y Ángel brincaban encaramados en el árbol de zapote, al que Elena y Matilde le decían “el hermano mayor”... Lucrecia observaba ensimismada, a sus hermanas como si ella fuera el ángel que las cuidaba.

Repentinamente quebrando la rutina y el murmullo de la tarde, se escucho el chillido alegre y penetrante de Lucia, advirtiendo la presencia del negro Zapata que se acercaba con la bandeja de plátanos asados en el horno de la Guardiola... “ahiiiiiii el negro Zapata viene con los plátanos asados”... era sagrado a esta hora ver llegar al negro Zapata con la bandeja llena de plátanos asados... ellas dejaron sus oficios, Elisa llamaba a Lucia con voz como cantando, mientras ella se deslizaba árbol abajo ayudada por la mano de Ángel su hermano...  y a lo lejos Lucrecia brincaba en sus dos pies de contento...  cuando Lucia bajó del árbol se cogió de las manos con Elisa  y se miraron a los ojos como confirmando esa profunda conexión de hermanas; al mismo tiempo los perros de Lucia: Goliat y Gandi – no es que fueran de ella pero era la que más tenia amistad con ellos, no cesaban de ladrar todo el tiempo desde que ella rompió en grito por la proximidad de los plátanos asados, y movían sus colas desesperadamente, sabían que Lucia siempre les compartía cuando comían afuera de la casa. Lucre cogió el ultimo de los plátanos asados de la bandeja que le servia el negro Zapata y mirándolo a él, le sonrió... al negro Zapata lo amaban todas ellas y él las quería y respetaba bastante... todo era bulla y alegría. Todas mordisqueaban los plátanos asados que contrastaban en color con sus manos blancas.

-                    “... soy hijo de un matriarcado paisa... hijo y sobrino... contar las historias de mis tías  cuando vivían en la hacienda de mi abuelo en “Bélgica”, es viajar a un pasado ligado a un centenar de recuerdos que cálidos y ansiosos por ser descubiertos, revolotean entre mis venas. Como toda historia, esta llena de anécdotas, circunstancias y curiosidades sin fin, la información que recogí esta limitada a aquellas personas que me colaboraron, además el día que me dio por escribir este cuentillo, solo quedaban seis de ellos con vida... Medellín, Octubre del 2005.


Lastimosamente hoy mientras estoy escribiendo Carmen Elisa se ha ido del  alrededor de nosotros, fue un frío Noviembre de Lunes 21 a las 11:10 de la noche... allá en la lejanía... en palabras de Mauricio su hijo: “Ella ha dejado la luz, y se fue al cielo... no te preocupes.” Hoy se encuentran aun entre nosotros Ángel, José, Álvaro, Elena y Lucia. Gracias a Dios tuve la fortuna de haber vivido junto a Elisa grandes y hermosos momentos cuando viví en la Florida, fue siempre una tía amorosa y encantadora... llena de vida y con el don de ayudar y compartir siempre con los demás, yo le tuve gran amor. Una semana antes del ultimo accidente de Elisa, pude hablar con ella por teléfono y fue muy bonito el poder compartir con ella ese momento y llevarme un buen recuerdo...  Elena murió en estos días, Sept. del 2006, pero me dejo un recuerdo grato, el poder haber compartido hace unos meses -recién llegado yo de la USA, con ella una semana en la finca de Ubital donde vivía junto a sus plantas, los periquitos y sus esplendorosas comidas.

Pero siguiendo con nuestro cuentillo... una de estas maravillosas historias que me contaron mis tías tiene lugar durante los primeros años en Bélgica cuando aun todas estaban solteras. Álvaro tendría 1 año no mas, salió de Anserma de 30 días de nacido. En esta ocasión estando ellas bajo el gran árbol de zapote al frente de la casa donde a veces les encantaba ir y sentarse en las tardes... unas a laborar en los bordados y tejidos y las menores alrededor de sus hermanas mayores complementando el cuadro...



            ... un escándalo como de tropa de niños se aproximaba, era José y las hijas de Adelfa, Flora y Beba que estaban de vacaciones, ellos todos con plátanos asados en las manos gritaban a sus hermanas y primas... “Tere, Gabi, miren lo que nos regalo el negro Zapata”... Lucia y Elisa se les unieron en algarabía y salieron corriendo todos loma abajo al tiempo que comían sus plátanos asados por entre el empedrado del lado de la casa donde estaban las mulas cargando los sacos de café... Alfonso al verlos pasar se quedo observando y les regalo una mirada  al ver tanta primamenta junta mientras ellos se perdían hacia el puente sobre la pequeña quebrada junto a la carretera que iba a Belén de Umbría. En este puente tenían todos los pequeños ordenes estrictas de don Carlos de no cruzarlo – “ Era muy peligroso” decía él... era un puente de peones sin soportes para las manos. Elisa y Lucia en overoles desteñidos, cada una con trenzas hechas por ellas mismas, José en pantalón corto, Lucrecia con vestido a la rodilla, porque Mama Kica le había desdoblado el hilván  del vestido que le había hecho Teresa... “esta muy corto y se te ve la cola” –decía la abuela... “que porque se lo mostraron a la abuela” le gritaría mas tarde Teresa cuando vio lo que Mama Kica había hecho con su creación de costura infantil... mama Kica era la Abuela Francisca  mama de mi abuela Hermilda que a veces se venia desde Anserma con Barbarita, Milianita y hasta Carmelita la muchacha de servicio de toda la vida.

Las cuatro mayores hiban en grupos de dos cogidas de la mano y parecían doncellas  añorando su príncipe azul mientras el viento de la tarde les acariciaba los colores de sus largas cabelleras. Elena llevaba de la mano a Matilde y Teresa a Gabriela. Cerca del puente estaban las pequeñas esperando mientras observaban a sus hermanas mayores llegar. Debajo del puente rustico pasaba un riíto pequeño, todas se pasaban el rato mirando el paisaje y a la gente que pasaba por el camino llevando mulas cargadas al pueblo...

Luego de algún rato al caer la tarde, comenzaron a irse los niños primero y luego las mayores hacia la casa, comenzaba a colorearse el cielo de tonos grises y papá estaría esperándolas para la cena. El lugar donde quedaba el comedor en Bélgica era un salón amplio y sin paredes dando la vista hacia las chambranas y a la palma de corozos que sobre salía a la altura de la casa por la parte de atrás, el árbol estaba en el centro del gallinero en la parte baja... y detrás de todo estaba el inmenso paisaje de la cordillera central derramándose en montañas y surcos que se perdían entre abismos a la distancia por donde tal vez pasaban ríos que cantaban con las piedras de la tierra en armonía con todo lo visible...  La mesa de comedor era inmensa, construida en madera fina y de forma rustica... debería ser capaz de albergar al pelotón que se daba en casa de Bélgica, a veces mas de 20 personas comiendo. Antes de la comida don Carlos siempre daba la acción de gracias, como buen creyente que siempre fue.

Se acercaba la navidad en Bélgica... la navidad siempre fue y sigue siendo algo muy pero muy especial para nosotros. En Anserma mi abuelo acostumbraba traer en la navidad a los viejitos del pueblo a que comieran con ellos la natilla y los buñuelos. La casa se llenaba de algarabía de toda esa primamenta, ya fuese en Bélgica o en Anserma, llegaban a casa de mis abuelos Milianita y su hijas Flora y Oliva; Mariela, Noemí y Olga hijas de Flora, y las de Oliva: Elvia y Sonia. Estaba también Barbarita que llegaba con Mama Kica, esta era viuda de don Fernando Gutiérrez Velásquez alcalde en un tiempo de Anserma hasta que lo mataron en toda la plaza al frente donde vivía la familia y no dejó hijos. Iba Adelfa y sus hijas Alicia, Josefina, Graciela, Ligia y Rosita... o sea que el matriarcado era tremendo como ramilletes de flores de todos los colores en movimiento, allí estaba don Carlos al que todos querían y respetaban de gran forma, solo su presencia era motivo de silencio entre todos y obedecían todo lo que él dijera, porque a pesar de su severidad tenia un gran corazón y una gran cordialidad para tratar a próximos y extraños... y navidad era una época para él muy especial en la que desbordaba sus deseos de compartir con los necesitados y por su puesto con toda su familia, fueran los que fueran. Mi abuela tenia que hacer sacar unos bancos en Bélgica que tenían guardados en el zarzo para eventos especiales, para que la gente tuviera donde sentarse en los corredores y además sacaba una mesa extra de comedor que la juntaban con la ya grande que tenían en la finca. Se mataba un marrano al que habían engordado todo el año, lo degollaban en la casa de abajo, la carne que no se gastaba en las fiestas decembrinas, se la llevaban los agregados para sus casas. En la fiesta de 24 llegaban todos los obreros que trabajaban en la finca vestidos de blancos, la mayoría de raza negra lo que hacia que se vieran bien elegantes. Las mujeres de los agregados llegaban con sus vestidos largos bien bonitos y planchados y en sus cabelleras portaban cada una, una flor. En el momento del baile donde se escuchaba toda la música vieja de nuestros abuelos, bailaban todos los obreros y las familias de los agregados y los hombres hijos de don Carlos sacaban a algunas de las hijas de los convidados a bailar y con las primas... el resto de la primamenta observaba, jugaban alrededor los pequeñines y las grandes conversaban con sus tías y abuelas. Todos comían y don Carlos procedía a entregar los regalos que había traído de Manizales. 







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