Matriarcado Velez en Manrique, Medellin, Antioquia
Se acercaba la navidad en Bélgica... la navidad siempre fue y
sigue siendo algo muy pero muy especial para nosotros. En Anserma mi abuelo
acostumbraba traer en la navidad a los viejitos del pueblo a que comieran con
ellos la natilla y los buñuelos. La casa se llenaba de algarabía de toda esa
primamenta, ya fuese en Bélgica o en Anserma, llegaban a casa de mis abuelos
Milianita y su hijas Flora y Oliva; Mariela, Noemí y Olga hijas de Flora, y las
de Oliva: Elvia y Sonia. Estaba también Barbarita que llegaba con Mama Kica,
esta era viuda de don Fernando Gutiérrez Velásquez alcalde en un tiempo de
Anserma hasta que lo mataron en toda la plaza al frente donde vivía la familia
y no dejó hijos. Iba Adelfa y sus hijas Alicia, Josefina, Graciela, Ligia y
Rosita... o sea que el matriarcado era tremendo como ramilletes de flores de
todos los colores en movimiento, allí estaba don Carlos al que todos querían y
respetaban de gran forma, solo su presencia era motivo de silencio entre todos
y obedecían todo lo que él dijera, porque a pesar de su severidad tenia un gran
corazón y una gran cordialidad para tratar a próximos y extraños... y navidad
era una época para él muy especial en la que desbordaba sus deseos de compartir
con los necesitados y por su puesto con toda su familia, fueran los que fueran.
Mi abuela tenia que hacer sacar unos bancos en Bélgica que tenían guardados en
el zarzo para eventos especiales, para que la gente tuviera donde sentarse en
los corredores y además sacaba una mesa extra de comedor que la juntaban con la
ya grande que tenían en la finca. Se mataba un marrano al que habían engordado
todo el año, lo degollaban en la casa de abajo, la carne que no se gastaba en
las fiestas decembrinas, se la llevaban los agregados para sus casas. En la
fiesta de 24 llegaban todos los obreros que trabajaban en la finca vestidos de
blancos, la mayoría de raza negra lo que hacia que se vieran bien elegantes.
Las mujeres de los agregados llegaban con sus vestidos largos bien bonitos y
planchados y en sus cabelleras portaban cada una, una flor. En el momento del
baile donde se escuchaba toda la música vieja de nuestros abuelos, bailaban
todos los obreros y las familias de los agregados y los hombres hijos de don
Carlos sacaban a algunas de las hijas de los convidados a bailar y con las
primas... el resto de la primamenta observaba, jugaban alrededor los pequeñines
y las grandes conversaban con sus tías y abuelas. Todos comían y don Carlos
procedía a entregar los regalos que había traído de Manizales.
... en la tarde cuando el viento meneaba
los guaduales allá en la quebrada, mi abuelo
miraba desde el corredor con sus manos sobre las chambranas como abajo
las gallinas, los piscos y los patos buscaban maíces que se escondían entre las
piedras del lado empedrado de la casa de Bélgica junto a la esquina donde
acostumbraban a hacer el pesebre en navidad...
Jesús Zapata las había alimentado
y ahora se dirigía a la casa de abajo donde quedaba el trapiche. Todas
las tardes a eso de las 5 de la tarde, en su rutina de labores traía en sus
manos varios gajos de plátanos maduros que él había recogido del piso de la
cocina de la casa de arriba donde los colocaban las cocineras cuando se los
traían del platanal... los ponía el negro Zapata paraditos en la parte de
afuera del horno, el que se usaba para secar el café que reposaba en el segundo
piso de la casa de abajo, y cuando estaban listos los llevaba y repartía a
todos los miembros de la familia de a un plátano para cada uno.
Don Carlos dirigió luego su mirar hacia
la distancia donde sus hijas Teresa y Gabriela, Elena y Matilde, con sus
cabelleras sueltas al viento color caoba y miel, sentadas gracilmente sobre la
verde hierba con sus largos, blancos y adornados vestidos hechos por ellas
mismas, se dedicaban a bordar y a tejer; mientras que Elisa les leía a todas
una novela que Elena había comprado en Belén de Umbría. Lucia y Ángel brincaban
encaramados en el árbol de zapote, al que Elena y Matilde le decían “el hermano
mayor”... Lucrecia observaba ensimismada, a sus hermanas como si ella fuera el
ángel que las cuidaba.
Repentinamente quebrando la rutina y el murmullo de la tarde, se escucho
el chillido alegre y penetrante de Lucia, advirtiendo la presencia del negro
Zapata que se acercaba con la bandeja de plátanos asados en el horno de la
Guardiola... “ahiiiiiii el negro Zapata viene con los plátanos asados”... era
sagrado a esta hora ver llegar al negro Zapata con la bandeja llena de plátanos
asados... ellas dejaron sus oficios, Elisa llamaba a Lucia con voz como
cantando, mientras ella se deslizaba árbol abajo ayudada por la mano de Ángel
su hermano... y a lo lejos Lucrecia
brincaba en sus dos pies de contento...
cuando Lucia bajó del árbol se cogió de las manos con Elisa y se miraron a los ojos como confirmando esa
profunda conexión de hermanas; al mismo tiempo los perros de Lucia: Goliat y
Gandi – no es que fueran de ella pero era la que más tenia amistad con ellos,
no cesaban de ladrar todo el tiempo desde que ella rompió en grito por la
proximidad de los plátanos asados, y movían sus colas desesperadamente, sabían
que Lucia siempre les compartía cuando comían afuera de la casa. Lucre cogió el
ultimo de los plátanos asados de la bandeja que le servia el negro Zapata y
mirándolo a él, le sonrió... al negro Zapata lo amaban todas ellas y él las
quería y respetaba bastante... todo era bulla y alegría. Todas mordisqueaban
los plátanos asados que contrastaban en color con sus manos blancas.
-
“... soy hijo de un
matriarcado paisa... hijo y sobrino... contar las historias de mis tías cuando vivían en la hacienda de mi abuelo en
“Bélgica”, es viajar a un pasado ligado a un centenar de recuerdos que cálidos
y ansiosos por ser descubiertos, revolotean entre mis venas. Como toda historia,
esta llena de anécdotas, circunstancias y curiosidades sin fin, la información
que recogí esta limitada a aquellas personas que me colaboraron, además el día
que me dio por escribir este cuentillo, solo quedaban seis de ellos con vida...
Medellín, Octubre del 2005.
Lastimosamente hoy mientras estoy escribiendo Carmen Elisa se ha ido
del alrededor de nosotros, fue un frío
Noviembre de Lunes 21 a las 11:10 de la noche... allá en la lejanía... en
palabras de Mauricio su hijo: “Ella ha dejado la luz, y se fue al cielo... no
te preocupes.” Hoy se encuentran aun entre nosotros Ángel, José, Álvaro, Elena
y Lucia. Gracias a Dios tuve la fortuna de haber vivido junto a Elisa grandes y
hermosos momentos cuando viví en la Florida, fue siempre una tía amorosa y
encantadora... llena de vida y con el don de ayudar y compartir siempre con los
demás, yo le tuve gran amor. Una semana antes del ultimo accidente de Elisa,
pude hablar con ella por teléfono y fue muy bonito el poder compartir con ella
ese momento y llevarme un buen recuerdo...
Elena murió en estos días, Sept. del 2006, pero me dejo un recuerdo
grato, el poder haber compartido hace unos meses -recién llegado yo de la USA,
con ella una semana en la finca de Ubital donde vivía junto a sus plantas, los
periquitos y sus esplendorosas comidas.
Pero siguiendo con nuestro cuentillo...
una de estas maravillosas historias que me contaron mis tías tiene lugar
durante los primeros años en Bélgica cuando aun todas estaban solteras. Álvaro
tendría 1 año no mas, salió de Anserma de 30 días de nacido. En esta ocasión
estando ellas bajo el gran árbol de zapote al frente de la casa donde a veces
les encantaba ir y sentarse en las tardes... unas a laborar en los bordados y
tejidos y las menores alrededor de sus hermanas mayores complementando el
cuadro...
...
un escándalo como de tropa de niños se aproximaba, era José y las hijas de
Adelfa, Flora y Beba que estaban de vacaciones, ellos todos con plátanos asados
en las manos gritaban a sus hermanas y primas... “Tere, Gabi, miren lo que nos
regalo el negro Zapata”... Lucia y Elisa se les unieron en algarabía y salieron
corriendo todos loma abajo al tiempo que comían sus plátanos asados por entre
el empedrado del lado de la casa donde estaban las mulas cargando los sacos de
café... Alfonso al verlos pasar se quedo observando y les regalo una
mirada al ver tanta primamenta junta
mientras ellos se perdían hacia el puente sobre la pequeña quebrada junto a la
carretera que iba a Belén de Umbría. En este puente tenían todos los pequeños
ordenes estrictas de don Carlos de no cruzarlo – “ Era muy peligroso” decía
él... era un puente de peones sin soportes para las manos. Elisa y Lucia en
overoles desteñidos, cada una con trenzas hechas por ellas mismas, José en
pantalón corto, Lucrecia con vestido a la rodilla, porque Mama Kica le había
desdoblado el hilván del vestido que le
había hecho Teresa... “esta muy corto y se te ve la cola” –decía la abuela...
“que porque se lo mostraron a la abuela” le gritaría mas tarde Teresa cuando vio
lo que Mama Kica había hecho con su creación de costura infantil... mama Kica
era la Abuela Francisca mama de mi
abuela Hermilda que a veces se venia desde Anserma con Barbarita, Milianita y
hasta Carmelita la muchacha de servicio de toda la vida.
Las
cuatro mayores hiban en grupos de dos cogidas de la mano y parecían
doncellas añorando su príncipe azul
mientras el viento de la tarde les acariciaba los colores de sus largas
cabelleras. Elena llevaba de la mano a Matilde y Teresa a Gabriela. Cerca del
puente estaban las pequeñas esperando mientras observaban a sus hermanas
mayores llegar. Debajo del puente rustico pasaba un riíto pequeño, todas se
pasaban el rato mirando el paisaje y a la gente que pasaba por el camino
llevando mulas cargadas al pueblo...
Luego de algún rato al caer la tarde, comenzaron a
irse los niños primero y luego las mayores hacia la casa, comenzaba a
colorearse el cielo de tonos grises y papá estaría esperándolas para la cena.
El lugar donde quedaba el comedor en Bélgica era un salón amplio y sin paredes
dando la vista hacia las chambranas y a la palma de corozos que sobre salía a
la altura de la casa por la parte de atrás, el árbol estaba en el centro del
gallinero en la parte baja... y detrás de todo estaba el inmenso paisaje de la
cordillera central derramándose en montañas y surcos que se perdían entre
abismos a la distancia por donde tal vez pasaban ríos que cantaban con las
piedras de la tierra en armonía con todo lo visible... La mesa de comedor era inmensa, construida en
madera fina y de forma rustica... debería ser capaz de albergar al pelotón que
se daba en casa de Bélgica, a veces mas de 20 personas comiendo. Antes de la
comida don Carlos siempre daba la acción de gracias, como buen creyente que
siempre fue.
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